Tuesday, May 3, 2011

El Despertar del Orgullo Gringo



Después de un fin de semana bastante intenso, el domingo en la noche me acosté a las diez y piquito de la noche. Estaba agotado. Mi teléfono sonó cerca de las once, pero mi cansancio no me permitió atender.

Menos de diez minutos más tarde, unos, inusuales y eufóricos, gritos de un montón de mis vecinos –muy raro para un domingo en la noche, sobre todo cuando la mayoría de los habitantes de mi vecindario, los estudiantes de George Washington University, están en exámenes finales-; me extrañaron sobremanera y me sacaron de mi cama para ver qué pasaba. Más me extrañó ver la horda de personas corriendo hacia la Casa Blanca, gritando USA, USA y portando las banderas de las barras y las estrellas.

Entre sorpresa y sueño revisé el mensaje que me había dejado Marianita en el teléfono: mataron a Bin Laden…

Todavía somnoliento, decidí quitarme la piyama, ponerme lo primero que encontré y montarme en la bici para ser testigo de este baño de autoestima que necesitaban los gringos para masajear, aunque fuera por unas horas, el golpeado orgullo de los United States of America.

En mi corto camino hacia la Casa Blanca la cantidad de bichitos de GWU que salía de los dorms corriendo y gritando era impresionante. Al llegar a la casa de Obama, no había tanta gente pero en cuestión de minutos el gentío y la locura se había apoderado de Lafayette Park y los alrededores de la Casa Blanca. Solo había vivido algo similar cuando ganó Obama las elecciones, pero esta vez la gente tenía más un sentimiento patriotismo y de orgullo que de esperanza. Hasta las dos de la mañana todavía seguía llegando gente: caminando, corriendo, en bici.

Por la demografía de los asistentes a esa fiesta reivindicativa de la afrenta del 11 de septiembre, en su inmensa mayoría estudiantes veinteañeros de GWU y Georgetown, estaba claro que estos bichitos estaban allí para celebrar, aunque sin tener muy claro qué significaba exactamente ese gran logro de la inteligencia gringa. Esos bichitos en su adultez sólo habían visto la decadencia de la otrora súper potencia en todos los ámbitos: económico, político, militar e, incluso, deportivo. Su euforia estaba más relacionada, no con los hechos del 11S, de los que fueron testigos a los diez o trece años de edad a lo sumo, sino con sentir, por primera vez como adultos que nacieron en la súper potencia de la que sus padres les han hablado siempre pero en la que nunca habían vivido. A menos por unas horas, se lo creyeron.

Ciro