Sunday, January 3, 2010

El rey del 'raiting'



Por Isabel Peláez

Viaje a la piel de Fernando ‘El Flaco’ Solórzano. El País visitó al actor y su familia, mientras estaban de vacaciones en Pereira.

1. El precio de la fama
Fernando Solórzano, su esposa Claudia Jaramillo y sus hijos Martín y Joshue, llegaron estas vacaciones a las playas de Cartagena, jurando que podrían estar allí, como cualquier familia, sin que los notaran. En cinco segundos supieron que sería imposible.

Y no precisamente por los 1,95 metros de estatura del actor, por los que jamás pasa inadvertido y menos cuando camina junto a su hijo mayor, Emmanuel –de un anterior matrimonio–, que ya lo supera por dos centímetros.

“La gente te mira de pies a cabeza, como si dijera: ‘¿Ustedes sí son reales?’. Con uno que dijo: ‘Ese es Braulio’ se vino toda la playa. Tú ya no puedes hablar con tu marido, ni jugar con los niños. Fuimos a bailar y dije: ‘¡Al fin solos!’ y no”, dice Claudia, una pereirana que flechó al actor hace más de 15 años y lo ha visto alterado tres veces. “Al Flaco todo le fluye, no pelea con nadie, es súper tranquilo, porque hace 17 años practica zen y bailes sufis. Él no se pone bravo, no pone problema, no grita”.

“No sabe decir que no, disfruta del asedio del público, le gusta la gente. Antes nos bandéabamos con los autógrafos, ahora con su papel de Braulio –el mafioso de Las Muñecas de la Mafia, novela de Caracol– la cosa es más fuerte y esas romerías le dan a uno miedo”, dice ella.

Hace pocos días en Cali, en el centro comercial Chipichape, al ver la turba que los perseguía, Martín, su hijo de 11 años, le propuso a Solórzano: “Papá, cobremos $5.000 por foto y verás que nos va bien”.

Con sus hijos, a los que llama “mis pirulines” es un pan dulce. “Yo soy la que regaña y él es como la mamá, permisivo, cariñoso. Les actúa, les lee, les hace cosquillas y al salir de grabaciones se va a sus escuelas deportivas, les programa paseos. Con su hijo Emmanuel se ve siempre. Es como hijo mío, lo adoro, es muy especial”.

A sus hijos y a su esposa los llamó para contarles la emoción que sintió a bordo de una carroza, mientras recorría la Autopista Suroriental en el Desfile del Salsódromo de la Feria de Cali: “No la podía creer, un montón de gente me gritaba: “¡Narizón!”. Aludían a la forma de llamarse Braulio y Brenda en la novela. Angélica Blandón, quien personifica a ésta, dice que “él es un tipazo, generoso, gran amigo y colega. Nos divertimos mucho en escena”.

‘Off the record’ Solórzano cuenta que el rating favorece a su novela demasiado frente a la de la competencia, pero que el camino a ese protagónico “no fue fácil”. “Llevo 18 años haciendo Tv. y es la primera vez que protagonizo algo”.

Por eso, amigos como el actor Óscar Borda, aplauden su éxito: “Sus logros se deben a su esfuerzo, sacrificio y profesionalismo. Su talento lo ha llevado a ocupar los mejores lugares en la televisión colombiana”. Jairo Ordóñez, quien personifica al ‘Mugre’ en ‘Las Muñecas’, dice que “es un gran actor que se ha preparado mucho, es humilde, y como amigo, compañero, esposo y papá, es un gran hombre, por eso está donde está”.

Para su compañero de universidad, Álvaro Bayona, el triunfo de su colega es más que merecido: “ ‘El Flaco’ es un excelente actor, ha hecho cosas estupendas. Su trabajo en la película ‘El Rey’ fue buenísimo, el que hizo en ‘El Cartel de los Sapos’ me encantó. Y me alegra mucho el éxito que tiene con su protagónico en la novela. A cada cual le llega su tiempo”.

La infancia en Cali

Solórzano, hijo de Henry y Sonia, nació en Cartagena hace 46 años. Es mayor que su hermana Ana María, la que vive en Bogotá, y contemporáneo de María Elena, que vive en Cali. “Mi papá es el caleño que se va a la Armada allá y conoce a una costeña, se casan, me tienen, él se aburre con la montadera en la Armada y se van conmigo a Cali, cuando yo tenía 3 años”.

Por eso él se considera caleño. “Uno es de donde está su familia. Y en Cali hay muchos familiares”. Entre ellos, sus papás, que viven hace más de tres décadas en el mismo barrio, El Bosque, y a los que visita mínimo tres veces al año.

2. El encantador

Fernando devuelve la película cada que llega al barrio El Bosque, a la época en que su papá trabajaba en el Dane (Valle) y su mamá daba clases en el Instituto Comercial y de Mecanografía de la tía Clementina Velásquez.

Él estudió en el Hispano, después en el Pío XII. “El barrio era nuevo, todos los niños teníamos entre 7 y 11 años. Éramos una barra de 20 de una cuadra, de una T. Vivíamos al lado de la loma, el cuento era subir hasta la teta. Cuando cumplimos 12: ‘¡A Golondrinas’, a unas caídas de agua bellísimas. Conocía esa loma de pe a pa”.

Y nadie mejor para dar cuenta de las travesuras que una víctima de ellas, su abuela materna, Anita Daza de Diazgranados: “Era inquieto, terrible. Cuando iba de vacaciones a Villanueva, Guajira, le tiraba piedras a los peladitos y se escapó de romperle a más de uno la cabeza”.

Para sus padres fue inolvidable la travesura que protagonizó en un viaje que hizo solo de Cartagena a Cali. Cuando el vuelo hizo escala en Medellín, se le escapó a la azafata con la que lo recomendaron y se puso a jugar en el aeropuerto con otro niño. De no haber sido por un pasajero que lo reconoció, quién sabe dónde estaría.

Y lo que tuvo de travieso en su infancia, lo tiene ahora de “olvidadizo –bota los celulares–, dormilón y rumbero”. Eso último, él se lo atribuye a Cali. Tendría 10 años cuando empezaba la rumba salsera en Cali, y oía hablar de La Calle del Pecado, del Séptimo Cielo, de Éxtasis que, dice él, “afortunadamente aún existe y uno va y se encuentra con una cantidad de amigos”.

Pero su acercamiento musical con Cali fue con el rock. “Como dice Andrés Caicedo en su libro ‘Viva la música’, a comienzos de los 80, la ciudad estaba dividida, al sur era pura salsa, y al norte, rock con Martins, Estocolmo, Disaster, Alexander. Ni Bogotá tenía bares rockeros, yo invitaba bogotanos a Cali y decían: “¡Qué berraquera!”.

La salsa, cuenta Solórzano, la descubrió en Bogotá. “Al llegar, encontré El Goce Pagano, Quiebracanto, estaban haciendo Café Libro, la rumba tenía una posición alternativa: ‘Estamos mamados de la música gringa, queremos la nuestra, que hable nuestro idioma”.

En el 82 descubrió en Cali sitios de salsa como El Chuzo de Rafa, que quedaba por el Colombo, “pero el que más le alucinó fue La Habana, en San Nicolás. Estaban haciendo Tintindeo por el Club Noel y otro en la Avenida Sexta, Convergencias. Cuando venía de Bogotá, yo invitaba a mis amigos de Cali a bailar salsa. ¡Esos no tenían ni idea! Los llevé a El Chuzo de Rafa y esos manes alucinaban. Los llevé a donde Burbano y no la creían. Descubrí El Habanero, en la Alameda, que es mi preferido y el del lado, el Libaniel”.

De ahí que ahora sea Disjockey de fiestas y un buen parejo. Su amigo Álvaro Bayona da fe de ello, muerto de la risa: “Bailamos un tango en la obra de teatro La Bella y las Bestias y ¡baila rico ‘El Flaco’!”.

Cali es pues culpable del vicio de Solórzano, “ser rumberito”, como dice su esposa, que para sacarlo de una fiesta a las 3:00 a.m., lo llama desde la 1:00 a.m. “Yo digo: ‘Flaco, vámonos ya’ y él: ‘No, Chiquis, espérate un momentico’. Se encarreta con todo el mundo, con el mesero, con el celador, con el anfitrión, con los amigos”.

Ella misma lo conoció en una fiesta, la de cumpleaños de una ex novia de él, que aspirando volver con éste, le había pedido que la vistiera y la maquillara, pues Claudia vendía ropa vanguardista para actores.

Pero en lugar de regresar con su novia, Solórzano se flechó de ella: “’Usted es la más bizcocha de la fiesta’, me dijo. A mí me empezó a temblar todo. No era mi prototipo de hombre, pero cuando le vi el porte, esa seguridad al caminar, ese coqueteo, me encantó. Me conquistó como se expresa, es un tipo muy culto, lee todo el tiempo, es noble, detallista, cariñoso”.

“Y no me equivoqué”, dice Claudia, quien asegura que él vive pendiente de ella. “Siempre estamos juntos. Él me dice: ‘Mira, tengo tal evento, acompáñame’”.

Él le confía todo, al punto que ella es su mánager. “Él me pregunta: ‘Qué te parece ésto’ y yo le digo: “Sí o no, haz esto o no te metas en esto”. Y es su crítica más radical. “Yo le comento: ‘Ese personaje se nota mucho que eres tú. Al principio le decía: ‘Todavía veo al Flaco, el día que te deje de ver, ese día lo habrás hecho súper bien’”.

Él prefiere no verse. En ‘Las Muñecas de la Mafia’ se vio las dos primeras semanas y no más. “Uno se critica bastante, ahorita menos. Pero es que ya me aburre, me siento como harto, porque sino me estreso, cae uno en el error de adularse a sí mismo, y eso es más peligroso que un berraco”, comenta.

Confiesa que los personajes de gánster le gustan y no le importa que le digan que últimamente sólo hace papeles de mafioso –El Rey, Las Muñecas de la Mafia y en El Cartel interpretó a Óscar Cadena–, porque es un admirador de Al Pacino. “Yo veo El Padrino cada año, la uno, la dos y la tres, me parece un manual de actuación. No sé si exista alguien como Michael Corleone, pero él maneja los tiempos, el estatus, las pausas, los tonos, las técnicas actorales magistralmente”.

“La gente cree que a uno se le quedan ademanes del personaje, pero uno le presta más de uno a éste de lo que muchos piensan, como por ejemplo éste”, dice mientras apoya su mano en la sien.

Hasta su rival en la ficción –Marlon Moreno de El Capo, el enfrentado de Las Muñecas de la Mafia– fue seducido por su personalidad: “Está lleno de amor, es un tipo generoso con todo el mundo, buen conversador. Entre nosotros no hay rivalidades, sólo amistad”.

Y Bayona, que lo conoce hace 30 años de la Universidad Externado, donde Solórzano hizo tres semestres de economía, coincide: “Es el más afectuoso con sus amigos, tiene un montón de cariño para dar”. Por su parte, Solórzano dice que no siempre fue así de extrovertido. En el 84, cuando le contó a una novia que se metería al Teatro Libre, ella soltó un “¿Vos?” y una carcajada tan estruendosa que casi no se repone del bajonazo en su estima.

Ningún amigo se mete “en camisa de once varas”, dice Bayona, revelando su currículum amoroso, pero su récord de matrimonios (3) deja entrever un pasado tormentoso, con mujeres, incluso, mayores que él.

Para Fernando Solórzano su rol en Soplo de Vida fue el más difícil. Luis Ospina, el director, dice que él “dio la talla del papel y brilló con luz propia”.

3. Papel luchado

Ya compartía apartamento en el barrio La Candelaria, de Bogotá, con Dago García y cuatro amigos más, cuando entró al Teatro Libre. Y se había pasado a comunicación “porque vio que los chéveres estábamos ahí”, cuenta Bayona, que lo adelantaba en tres semestres.

Desde allí Dago, compañero de carrera y con quien trabajaría luego en varias películas (El Carro, Las Cartas del Gordo, Pena Máxima y El Man, entre otras) se llevó la mejor impresión: “Gran tipo, positivo, generoso, desprendido. Buen amigo. Excelente actor, muy profesional y comprometido. Da placer trabajar con él”.

Algo le vio Ricardo Camacho, su maestro. “Un sargento, de los que gritan: ‘Usted es marica o qué, guevón’, una generación machista, jodida, no como los directores de ahora que son: ‘No, Fernando, a ver, yo creo qué’... A uno le daban unas ganas berracas de patearlo y de mentarle la madre. Pero uno sentía que él sabía mucho”.

“No siempre estaba bravo”, asegura, Solórzano, “a veces uno le pegaba al perro, y el hombre lo llenaba a uno de alabanzas frente a todos”. Eso hacía que los que venían de la Escuela de Teatro de la Nacional y de la Distrital lo miraran con resquemor.

Ni Solórzano se la creía el día que entró a la televisión. Llegó a Caracol, recomendado por Saín Castro, “en esa época no había castings, era un camello entrar. Cuando David Stivel me mira y dice: ‘Este man es’. Yo quería gritar: ‘¡Uy, juep... coroné en telenovela! (Música Maestro)”.

Él admite que antes de El Rey, directores y productores lo miraban como “El actor de reparto, el man que hace tal cosita”. Después de la película decían: “¡Aah! Este man sí se le puede medir a una cosa grande”.

Cuando Antonio Dorado lo llamó tres años antes, Solórzano le rogó que lo dejara hacer de ‘El Grillo’, “pero él le decía: ‘Quiero un man rubio, ojiazul’”. Iba a ser Luis Mesa, pero al final le dieron el papel a Luis Fernando Hoyos. La ropa fue hecha a su medida y los lanzamientos fueron con él.

“Yo iba a ser el policía que mata a ‘El Rey’, pero el man que hacía de ‘El Pollo’ se fue y comencé a ensayarlo. Faltando 15 días, Hoyos también se fue y ‘Toño’ me dice: ‘Ayúdeme hermano, hágalo usted’.

Con El Rey vivió lo más emocionante de su carrera actoral, en el Festival de Cine de La Habana. “Al bajarnos del avión, con Marlon (Moreno) y mi esposa, un cubano dijo: ‘Oye mira, asere El Rey, llegó El Rey’”. Lo que creía una coincidencia se repitió los días siguientes, como al llegar al Teatro Copelia, donde una fila inmensa esperaba para entrar y hasta a su esposa la confundían con Cristina Umaña, coprotagonista. “Cuando yo vi sus escenas eróticas, le dije: ‘¿Sabes, Flaco? lo estás haciendo espectacular, ya no veo a mi marido por ninguna parte”.



Estadisticas Gratis